miércoles, 5 de diciembre de 2007

El papel de Lunacharsky como Comisario de Educación y Cultura en la Rusia post-revolucionaria (1917 a 1927)



A.V. Lunacharsky

Anatoli Vasilievich Lunacharsky nace en Poltava en 1875. Se forma como filósofo en Suiza y estudia el marxismo desde muy joven. Su militancia en el grupo socialdemócrata organizado por Anna I. Elizarova lo lleva a prisión en 1898 y después a una deportación de tres años en Vólgoda. Una vez cubierta su condena se une a los bolcheviques y trabaja con Lenin en Ginebra. Regresa a Moscú en 1905 pero se ve obligado a salir de Rusia como consecuencia de la represión. Tres años más tarde publica Religión y socialismo, texto que le genera severas discrepancias con Lenin y que provoca su ruptura con el partido bolchevique. Después trabaja con Bogdanov y funda en 1913 el Círculo de cultura proletaria en París. En 1915 se reconcilia con Lenin en Suiza y regresan juntos a Rusia en 1917. Preside el Comisariado Popular de Educación hasta 1928. Posteriormente dirige el Instituto de Literatura, Arte y Lengua y finalmente muere en 1933 antes de tomar posesión de su cargo como Embajador de la Unión Soviética en España.


Arte y revolución

Una vez ganada la revolución de octubre, la construcción de un nuevo estado proletario que no reprodujera los vicios de la sociedad capitalista planteaba enormes retos al gobierno de Lenin. El papel del arte dentro de la nueva estructura social no quedaba claro y su definición generaría tensiones tanto en la comunidad artística como al interior del partido bolchevique. A lo largo de la siguiente década la vida cultural rusa se caracterizaría por la implementación de políticas culturales que buscarían hermanar arte y revolución. Si bien las alternativas propuestas no coincidirían y en algunos casos serían totalmente opuestas, las inquietudes de políticos, funcionarios y artistas eran compartidas: ¿cuál sería la relación arte-revolución? ¿qué papel jugarían el arte y los artistas en el nuevo régimen? ¿qué actitud asumir hacia el arte del pasado? ¿qué hacer con los nuevos lenguajes artísticos? ¿cómo debería de ser el arte verdaderamente revolucionario? La definición e implementación de las políticas culturales y educativas del nuevo régimen quedó en manos de Anatoli Vasilievich Lunacharsky , quien asumió la dirigencia del Comisariado Popular de Educación a petición de Lenin en septiembre de 1917. Durante los 12 años que permaneció en el cargo, Lunacharsky intentó reconciliar la utopía comunista con la realidad que vivía Rusia después de la revolución.

De acuerdo con Lunacharsky el capitalismo había tenido consecuencias fatídicas en el arte. Al convertir al objeto artístico en mercancía y al artista en un simple vendedor, había socavado todo rezago de libertad creadora, pues la subsistencia material del artista se veía condicionada por la ley de la oferta y la demanda.
En oposición a la cultura burguesa que funcionaba como aparato de opresión de una minoría, la cultura proletaria tendría como objetivo la emancipación y elevación espiritual de las masas. El régimen revolucionario transformaría las relaciones de producción, distribución y consumo de los bienes culturales; la creación individual cedería su lugar a la colectiva; el artista abandonaría su papel de “genio insustituible” para convertirse en el portavoz de ideas y sentimientos populares; la intervención del estado proletario en la cultura sería benéfica pues garantizaría la subsistencia material de los artistas así como su libertad de creación. Éste último punto era crucial para Lunacharsky. La creación artística en el nuevo régimen debía ser ante todo un acto libre. No se trataría entonces de algo impuesto, oficialista u homogéneo . En la lectura que Lunacharsky hace del marxismo queda clara la separación entre necesidad y libertad.
¿Qué significa “útil”? Útil es, ante todo, lo que asegura la existencia humana, la mejora, y libera la mayor cantidad posible de tiempo, haciendo que el hombre no se vea obligado a dedicar tanto rato al trabajo indispensable para sostener una elemental existencia. ¿Para qué se necesita tiempo libre? Para vivir. Todo lo que se limita a ser útil constituye el plano inferior que organiza la vida de forma que ésta resulte libre para el placer de crear. Si el hombre no dispone de libertad creadora, no siente satisfacción artística, su vida estará falta de alegría. (A. V. LunacharskyLas artes plásticas y la política en la Rusia revolucionaria, pp. 55 y 74)
En una sociedad comunista, el control de los medios de producción permitiría a todos los individuos tener un trabajo bien remunerado que satisficiera sus necesidades materiales, al mismo tiempo que les permitiría contar con tiempo libre suficiente para ejercer su libertad creadora y satisfacer sus necesidades artísticas. El arte revolucionario para Lunacharsky era un arte de propaganda. Un medio de asimilación de la verdad comunista que haría resplandecer el mensaje emancipador .

El problema que habría de enfrentar Lunacharsky al tratar de llevar sus ideas a la práctica fue el contexto post-revolucionario. Rusia había llegado a 1917 con un enorme atraso político y cultural, el analfabetismo se acercaba al 80% y las masas padecían aún el hambre, la ruina económica y los remanentes de la guerra civil. Artistas y políticos compartían la idea de que el arte debía servir a la revolución, pero discrepaban en sus planteamientos con respecto a: 1) las formas y contenidos que el nuevo arte habría de tener y 2) la relación que las organizaciones culturales habrían de mantener con el estado. Mientras que los Prolet-Kults y los Vjutemas luchaban por su autonomía con respecto al estado y reivindicaban la experimentación formal, Lenin y el partido bolchevique optaban por la centralización de las organizaciones culturales y la recuperación del arte del pasado. La posición asumida por Lunacharsky lo llevaría a vivir en conflicto constante con ambas partes. Siendo enemigo del formalismo y estando convencido de que la construcción de la nueva cultura proletaria tenía que estar sustentada en la asimilación del arte del pasado (sobre todo la herencia clásica), defendía al mismo tiempo la autonomía de las organizaciones culturales y promovía la tolerancia hacia las experimentaciones formales . Conservador para los artistas de vanguardia y demasiado blando para el partido bolchevique, Lunacharsky fue criticado por Lenin en 1920 por alentar al futurismo y a las "ideologías no-marxistas” de la cultura proletaria .


La posición de Lunacharsky con respecto a la libertad artística se endureció después de 1922 probablemente como consecuencia de la catástrofe económica, que evidenció la fragilidad del nuevo régimen y de la reestructuración que en 1921 sufrió el Comisariado Popular de Educación, como resultado de las discrepancias que había tenido con Lenin un año antes. Si anteriormente había sostenido que el verdadero arte de propaganda se hacía sólo por convicción y que la función del Estado era motivar y no imponer violentamente, en textos posteriores afirmaría que el régimen no podía permitir la propaganda hostil y que la censura, al igual que las armas, era necesaria y debía ser utilizada con cautela .

La forma realista y el contenido ideológico que caracterizarían al arte soviético se justificarían por el alto porcentaje de analfabetismo y la nula familiaridad que la mayoría de la población tenía con los lenguajes vanguardistas, los cuales se les presentaban como anejos e incomprensibles. En los años posteriores al triunfo de la revolución, el nuevo régimen necesitaría con urgencia del arte para movilizar a las masas y consolidarse. No había tiempo que perder, así que recurrieron al lenguaje que les era familiar. Utilizaron formas legibles, saturadas de ideas y sentimientos, para hablar de la lucha de las clases proletarias por el poder.


Bibliografía
Lunacharsky, Anatoli Vasilievich. El arte y la revolución (1917-1927), Prol. Adolfo Sánchez Vázquez, Colecc. Teoría y Praxis, Grijalbo, México 1975 _____ Las artes plásticas y la política artística de la Rusia revolucionaria, Traducción del ruso: José María Güell, Biblioteca Breve de Bolsillo, Seix y Barral, Barcelona, 1969